L'insurrection qui viens liburutik hartua
"I
am what I am”.
Es la última ofrenda del
marketing al mundo, la última etapa de la evolución publicitaria,
al frente, tan al frente de todas las exhortaciones a ser diferente,
a ser uno mismo y a beber Pepsi. Décadas de conceptos para llegar
aquí, a la pura tautología: YO=YO.
“Soy
lo que soy”.
Mi cuerpo me pertenece. YO soy YO, tú eres tú, y
la cosa va mal. Personalización
de masa. Individualización de todas las condiciones: de vida, de
trabajo, de desdicha. Esquizofrenia
difusa. Depresión servil. Atomización en finas partículas
paranoicas. Histerización del contacto. Cuanto más quiero ser YO,
mayor es mi sensación de vacío.
Nos hemos convertido en representantes de nosotros mismos. Nos
asumimos hasta la ruina con una torpeza más o menos disimulada.
Mientras
tanto, YO controlo. La búsqueda de mí mismo, mi blog, mi piso, las
historias de pareja, de ligues... ¡Cuántas prótesis se necesitan
para ostentar un YO!
La
conminación, omnipresente, de ser “alguien”
sustenta el estado patológico que hace necesaria a esta sociedad. La
exigencia de ser fuerte produce la debilidad a través de la cual se
mantiene; hasta el punto que todo
parece adquirir un punto terapéutico,
incluso trabajar o amar. Todos los “qué
tal”
que se intercambian en un día, hacen pensar en otras tantas tomas de
temperatura que, en una sociedad de pacientes, se administran unos a
otros.
“I
am what I am”
. Nunca la dominación había encontrado una consigna menos
sospechosa. El mantenimiento del YO en un estado de semirruina
permanente.
Todo
lo que me ata al mundo, todos los vínculos que me constituyen, todas
las fuerzas que me pueblan no tejen una identidad, como me incitan a
proclamar, sino una existencia
singular,
común, viva, y de la que emerge, en algunos momentos, este ser que
dice “YO”.
Occidente
lanza por todas partes, como si de su caballo de Troya se tratase,
esa pesada antinomia entre YO y el mundo, el individuo y el grupo,
entre ataduras y libertad. La libertad no es el gesto de deshacerse
de las ataduras, sino la capacidad práctica
de operar a través de ellas. La libertad de desarraigarse
ha sido siempre el fantasma de la libertad. No nos liberamos de lo
que nos coarta, sin perder al mismo tiempo, aquello sobre lo que
podríamos ejercer fuerzas.
“I
am what I am” no es, por tanto, una simple campaña publicitaria,
sino una campaña militar,
un grito de guerra dirigido contra todo lo que hay entre
los seres, contra todo lo que les liga de forma indivisible.
El
YO no es lo que está en crisis en nosotros, sino la forma en la que
se intenta imprimirnos. Se
pretende convertirnos en YOes bien delimitados, bien separados,
clasificables e inventariables por cualidades.
No
estamos deprimidos, estamos en huelga.
Para
quien rechaza controlarse, la depresión no es un estado, sino un
tránsito, un adiós, un paso de lado hacia la desafiliación
política.
A partir de ahí, no hay otra conciliación que la medicamentosa, y
la policial. Es precisamente, por esa razón, que la sociedad no teme
imponer Ritalín a los niños demasiado vivos y pretende detectar,
desde los tres años, “trastornos
de comportamiento”.
Porque
la hipótesis del YO se fisura por doquier.
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